viernes, 21 de noviembre de 2008

Cuarta parte: India y Camboya

Chavalines,

Aprovecho este mes de conexión cibernética para ponerme al día. El centro donde doy clases no tiene muchos recursos y tengo que venir a prepararme las clases a un cibercafé. Así está el patio...

Estábamos a un paso de la India, ¿verdad?

Llego a Gorakhpur, ciudad con poco o nada que ofrecer a tres horas de la frontera nepalí. Desde allí cogeré un tren toda la noche hasta Delhi. Llego con 3 horas de antelación a una estación en la que si tienes que esperar 5 minutos ya esperas 4 de más. La gente me mira mucho pero no me molesta. Busco un rincón medio despejado para acomodarme y empiezo a escribir. Levanto la vista de nuevo y tengo encima a 5 tíos mirando fijamente lo que hago. Guardo el cuaderno, saco un libro y me pongo a leer. Eso ya no les debe parecer tan interesante porque se van.

Leo tranquilamente un rato hasta que noto como una figura siniestra se me aproxima por la derecha. La figura, veo de reojo, lleva un sari. Es mujer. Sin mirarla, sigo leyendo. Se asegura de que vea el cazo poniéndomelo delante del libro. La miro y digo no. Me toca el libro y me mete el cazo de nuevo. Que no. Me vuelve a tocar el libro y me señala el pie; un muñón. Que no. De repente, me suelta un graznido a lo niña del exorcista que me hiela la sangre y me hace dar un respingo. Vuelvo a decir no, pero no me sale la voz. Se da la vuelta y se va. Leches.

Veo pasar los trenes con cara de circunstancia. La mayoría de los vagones son una jaula de pollos. La gente va aplastada contra las barras de la ventana falta de cristales y cuando el tren para, sale peña por los sitios más insospechados. No hago más que buscar primera (en la India no me la juego). Lo más parecido que encuentro es un vagón con cristales tintados. Eso huele a first class.

Mi tren llega con un retraso de dos horas pero llega. Busca los cristales tintados Marta, los cristales tintados. El frescor del vagón anuncia mi triunfo. Comparto cámara con 3 businessmen indios que no paran de juguetear con sus móviles. Apunte ferroviario para Pere; primera en India es genial, los compartimentos son de 4 pero las literas son enormes. Y ¡te traen la cena! Segunda y tercera no son una opción. Para no perder la costumbre, me hago fuerte en la litera de arriba. Llego a Delhi de buena mañana, fresca como una lechuga. Voy al hotel y aguardo emocionada la llegada de Stevo.

El resto del viaje por Rajastán queda censurado que yo, como Antonia Dell’Atte, de mi vita privata non haplo. Solo os comentaré que hicimos rutilla por Jaipur, Jodhpur, Udaipur, Pushkar y Agra (¡oh el Taj Majal!) y lo pasamos tetilla.

Pero llegó la hora de partir, así que con alguna que otra seda y 3 libros de Osho bajo el brazo, abandono la India rumbo a Camboya, donde después de 3 meses tocándome el pie voy a tener que tr, que tr, que tra, que trabajar...uf. Aquí llevo ya casi un mesecillo (incluyendo una semana de vacaciones por fiesta nacional). La reincorporación a la vida laboral es un asunto muy delicado que debe realizarse con sumo tiento. (Y ahora meto un je je de tomo y lomo). Me alojo en casa de una familia camboyana que merece un capítulo aparte. Otro día.

Estoy dando clases de inglés en un centro budista para gente pobre; el Buddhist Morality Education Center. Mi apostasía aún fresca en algún archivo de la Santa Sede y yo en un centro budista. Ironías de la vida. Tengo alumnos monjes e incluso imparto dos clases con uno.

Qué voy a decir, mis alumnos son para comérselos con patatas. Me consta que entre las lectoras de esta misiva hay varias docentes y ellas especialmente comprenderán lo gratificante que es tener alumnos respetuosos e interesados. Así da gusto dedicarse a la enseñanza.

Como digo, ya he tenido una semanita de vacaciones entre medio. Aproveché para irme unos días a la playa. Me busqué una bien apartada y tranquila. Bungalow junto al mar y de buena mañana bañito, ensalada de frutota y paseo. Fue precisamente en uno de esos paseos matutinos cuando di con el clero budista de excursión. Caminando iba yo por la orilla cuando veo una fila de al menos 10 naranjitos subiendo a una embarcación, una imagen de lo más pintoresca. Me dispongo a tomar unas instantáneas del momento, cuando reparan en mi presencia y me hacen gestos para que suba. Pero ¿a dónde vais? Excepto uno (que poco), nadie habla inglés. Come with us. Supongo que van a una isla que está como a media hora. Pues ok.

Son todos bastante jovencitos y están seriamente emocionados con su excursión. No acabo de sentarme cuando reparo en que mi little black dress apenas me cubre el honor y tengo que hacer contorsionismo para que no me divisen el triangulillo. No solo eso, después de bañarme me he quitado la parte de arriba del bikini y voy medio comando. Me pongo la bolsa delante de las piernas por hacer algo.

Llegamos a la isla. Hay un par de barcos de turistas. Algunos se están bañando y otros tomando algo en el chiringuito. Todos flipan al ver desembarcar a un grupo de monjes budistas con una tía, a efectos, medio en pelotas. Me retiro rauda a la sombra de un cocotero. La mayoría de los monjes se van selva adentro, pero otros se quedan. Yo, que me he venido descalza, me quedo en la playa leyendo. Otro de los que se queda me mira y me pregunta con gestos a ver si no tengo pantalones. Nop. Desorbita los ojos y mira para otro lado. Al de dos horas comienzan a volver escalonadamente. Volvemos al barco y zarpamos.

Un monje pota por la borda y todos se ríen de el. Qué cabroncetes los monjes. Tras unos minutos de travesía, advierto que el barco no se dirige a MI playa, sino a otra isla. Merd. Echamos el ancla a unos 200 metros en una zona donde se ven bastantes corales y de repente empiezan a sacar gafas de buceo con snorkel, a colgar las togas por donde pueden (ropa interior naranja a juego) a ponerse los chalecos salvavidas (la mayoría no sabe nadar) y a saltar al agua en medio de un gran escándalo. No pueden más de la emoción. Les va a dar algo. You swim, you swim! Sí rico, pensaba yo, si ganas ya tengo. Quitarse el vestido no era una opción así que... al agua con todo. Nado alejada de ellos por eso de que llevan gafas...

Al subir al barco encuentro un espectáculo dantesco; habían arrancado unos buenos trozos de coral y se los habían embarcado a modo de trofeo. La mayoría de los que iban subiendo venían con heridas en la planta del pie (probablemente por pisar erizos, que vi bastantes) y no paraban de decir au au au. Y ahora, atención: para paliar el dolor, los lesionados empiezan a pegarse porrazos con el tubo del snorkel en el pie. Otro saca un paquete de trujas del bolsillo toguil, parte un cigarro por la mitad (tira el filtro al agua, claro) se pone el tabaco en la herida, y ya que tiene el paquete en la mano... ¡se fuma un pito! Estoy escandalizada.

Regresamos por fin a la playa y me despido de la panda agradecida por el viaje y un tanto ojoplática. Me paso el día siguiente quietita en mi hamaca.

Y ya estoy de regreso en la ciudad. Periplo actualizado por fin. Espero que las próximas entregas no se me desfasen en el tiempo.

Pronto las primeras fotos de Camboya.

Debido a problemas técnicos ajenos a mi voluntad las fotos de la India se demoraran un poco. No obstante, me consta que el project manager encargado de solventar el entuerto ha puesto a sus mejores hombres en el caso.

Muchos besos,
Santa Marta

La historia en imágenes.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Tercera parte: Nepal II - El secreto de la felicidad revelado

A ver si me pongo al día pronto. Como os contaba...

... antes de cruzar a la India decidí parar en Lumbini, pueblecito cercano a la frontera donde dicen nació el príncipe Siddharta, es decir, Buda. Después de tantas reposiciones en los cines Verdi no podía sino hacer una visita a tan señalado lugar. Cojo el bus con la fresca, a las 6 de la mañana. Además de 3 millones de nepalíes de todas edades y condiciones y con todo tipo de bártulos a cuestas, en el bus había dos mochileros muy blanquitos con cara de “llevo viajando mogollón, porque mira qué desnutrido estoy” (la incompatibilidad entre viajar y nutrir escapa a mi comprensión), un israelí con cara de tener 12 años, pero pinta de “llevo viajando mogollón, porque mira que barbas tengo” (nada, si yo me puedo depilar, tú te puedes afeitar) y 2 abuelas chinas que me tenían maravillada. Ni viaje organizado ni leches. Ellas ahí, en el bus de línea estoicamente.

A medio camino, parada de avituallamiento. El barbudo me echa miradas intermitentes y yo sé lo que le pasa por la cabeza. Se acerca. Y efectivamente. Shalom. Tou! Que no, que no soy shalom! Sorry, I'm Spanish. Oh, but I thought... Ya. Pues no. (Apunte: tengo que dejar de ponerme pañuelos en la cabeza).

Continuamos el viaje. El bus se para y vemos ante nosotros una larga fila de camiones y buses. Parados y requeteparados. Desprendimiento de tierra. La carretera está cortada. Son las 2 de la tarde y hace calorrrrrr. Bajamos a ver que pasa y vemos que la única opción es coger los bártulos e intentar atravesar la montaña de barro y lodo hasta el otro lado. Cargamos mochilas y nos unimos a la marea de gente. Voy en chanclas, y lo primero que ocurre cuando intento trepar la barrikada es que me hundo miserablemente, como pajarillo en chapapote, vencida por el peso de mi mochila. Shalom! Shalom! grito (no me acuerdo de su nombre), me puedes ayudar con la mochi tío porfa?

Llego al otro lado. Los buses comienzan a hacer el recorrido inverso y encuentro uno que va a la frontera. Me va bien. Puedo parar en el desvío a Lumbini y pillar allí otro bus. Voy descalza y con los pies embarrados. Antes de subir miro al conductor como pidiendo permiso para embarcar en mi condición. Su gesto es claro: me la trae al pairo, nena. Así que mochila al techo y pa’dentro. Otra vez como sardinas. Tras 10 minutos de trayecto vislumbro una señal: Lumbini. Flecha perpendicular. Stoooooop, ¡por Buda! Frenazo. Me apeo.

Me paseo por el pueblo con los pantalones arremangaos, los pies embarrados y sangüicheada entre dos mochilas. Y todavía, un calorrrrrrrrr. No me extraña que los taxistas me vieran presa fácil. Veo unos buses al fondo. Alguno tiene que ir a Lumbini. Y alguno iba. Arriba pues. Subo al bus hecha un cuadro y... ¿a quién me encuentro más frescas que dos lechugas? Efectivamente, a las abuelas chinas. ¡No se les había movido un pelo de su raquítico moño! Me echan una de esas sonrisas que solo sabe esbozar la tercera edad oriental y me siento con toda la dignidad que mi estado me permite. Resulta que eran coreanas. Cómo no...

Se vuelve a llenar el bus. El tercero del día. Salimos. El aplastamiento me obliga a mirar al techo, donde un cartel reza The secret of happiness is curiosity. Acojonante. En la siguiente parada salgo del bus y continúo el trayecto en el techo. Fresca y acariciada por la suave luz del atardecer (¿qué me decís de la estampa?) llego a Lumbini a las 17.00. Casi 12 horas para escasos 200 Km. Busco alojamiento, ceno y aguardo a ver qué me depara la ciudad de Buda.

Amanezco a las 6 sobresaltada por una estridente música megafónica. Tras 15 minutos cesa la música y comienza un parloteo. No sé muy bien si es un rezo o las ofertas del super, aunque a mi todo discurso megafónico me suena a convocatoria abertzale. Alquilo una bici y empiezo mi recorrido por Lumbini, que no es un pueblo en sí, sino un conjunto de pagodas donadas por diferentes países. Disneylandia budista. A las fotos me remito. Meca, Lourdes, Lumbini. Un circo de 3 pistas. Al menos el entorno es bonito. Al atardecer, al ver la puesta de sol sobre los arrozales, me entra un nosequé por dentro, mezcla de felicidad extrema y penita, porque mis horas en este maravilloso país están contadas. Ya toca India.

Hago noche en Bairawa, un sórdido pueblo cercano a la frontera, todavía en el lado nepalí. A primera hora de la mañana estaba en el paso fronterizo de Sunauli. Filas interminables de camiones y suciedad por todos lados. Pasado el puesto nepalí, llegas a una calle tierra de nadie llena de tiendas y más suciedad. Hay que buscar con lupa la oficina de inmigración de la India, ya que puede pasar perfectamente por otra tienda. La frontera se podría cruzar tranquilamente sin que nadie te controlara absolutamente nada. Me sellan y continúo. Veo un perro con 3 patas y mil pulgas. Sobre él un cartel:
Welcome to India.

Un beso
La historia en imágenes.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Segunda parte: Nepal I

¡Y hola de nuevo!

A ver, donde estábamos... ah sí, Pekín. Había dejado al Pere embarcado en su pesadilla aeronáutica rumbo a la ciudad condal. Y allí comenzó mi aventura en solitario. Aterrizo en Katmandú casi a media noche. Desde el taxi se atisba mucho perro rabioso, mucha roña y poco más, porque casi no hay luz. Amanezco en Thamel, el barrio de la locura, infestado de tiendas tipo anarca perro-flauta, tiendas de montaña y tiendas de discos que hacen sonar al 50% rock setentero y el om mani padme hom, el greatest hits del budismo.

Nepal fue el gran destino espiritual de los setenta. Los hippies de todo el mundo se reunían aquí en busca de nirvana y marihuana, algo que, por supuesto, puedes conseguir en menos que te pruebas un cortavientos de The North Face. Para que os hagáis una idea de la magnitud del personajismo que aquí había, sólo os diré que hay una calle llamada Freak Street, donde se concentraban los hippies antaño. Dicen que ya no es lo mismo, pero yo creo que la proporción de iluminatis por habitante supera aun la de otros puntos del planeta.

Yo tuve la suerte de alternar con varios de ellos. Los reconoces en seguida porque lo primero que te dicen es “yo no tomo nada” y luego te hablan de su buena energía y de la energía chunga del otro (que, al contrario que ellos, se pone de setas hasta arriba...). Son muy entrañables.

Pues andaba yo jubilosa por Thamel cuando se produjo mi encuentro con los del Al Filo y Edurne Pasaban (oh my god oh my god oh my god). Entré en mi local habitual de desayunos a tomarme un zumito sanote y me encontré con un nutrido grupo de españolitos. Observando un poco más me di cuenta de que algunos, seguro, eran de mi tierra, y alguno de ellos debió pensar lo mismo porque procedieron a preguntarme a ver si entendía. Entender entiendo. “Jo chaval, ya decía yo, tienes cara de ser de Durango”. Toma ya.

Me contaron sus AVENTURAS (dejando la mía personal a la altura de la de un jubilado del imserso); que si 14 ochomiles, que si expediciones a la Antártida, que si mira que quería hacer yo una demostración de cortar troncos aquí en Thamel (Alex, además de superman era segundo aizkolari de Vizkaya) y vamos, que el que menos había subido al Everest. Mi ascenso al campo base del Annapurna había quedado ya reducido a la categoría de “trekincillo”.

Septiembre es el último mes de monzón en Nepal. Lo bueno es que no hay muchos turistas. Lo malo, efectivamente, que llueve. No obstante, no es un mal mes para visitar el país. Algún chaparrón fuerte cae, pero en general he tenido bastante más sol que agua. Lo mejor es que, según a qué sitios vayas, estás casi sola. Yo quería comenzar mi ascenso al Annapurna (yeah right) lo más tarde posible, precisamente por la lluvia, así que decidí irme unos días a la jungla, donde estuve más sola que la una. Los 4 chavalotes que llevaban el resort estaban a mi entera disposición (no aclararé este comentario).

Me comentaron las diferentes opciones que había para descubrir la excitante vida salvaje. Me decanté por una caminata de dos días. Entonces empezaron los peros; con las lluvias, la hierba está muy alta y pueden producirse encuentros fortuitos con animales, a lo peor con rinocerontes. Problem. Por la misma razón será casi inevitable coger sanguijuelas. Problem. Ok. Es igual. Vamos. Muy bien, pues mañana te damos un par de instrucciones de seguridad y pa’lante. No problem.

Así que a las 6 de la matine, cuando empezaba a levantar la niebla allí estábamos, cruzando al otro lado del río, con sonidos de mil bichos diferentes como música de fondo. Yo sangüicheada entre mis dos guías; Ram y Bimal. Y antes de adentrarnos en la jungla, las instrucciones de seguridad: ¿sabes subirte a un árbol? Excuse me? Si nos ataca un rinoceronte es la opción más segura. Gracias, me quedo mucho más tranquila. Joer.

La caminata fue increíble. No vimos al poderoso tigre de Bengala (aunque sí sus huellas perturbadoras) pero vimos osos, monos, ciervos, mil pájaros, un cocodrilo y una rinoceronta con su baby. Da bastante canguelo ver tan de cerca un animal de tamañas proporciones, mucho más cuando no estás en un jeep, ni detrás de una verja, sino a pelo descubierto. Yo disfrutaba de la escena a la par que escrutaba los árboles cercanos a los que poder encaramarme, todos más rectos por cierto que el palo de un chupa chups.

Los 3 días en la jungla no dieron para más. Me fui a regañadientes, porque allí me sentía yo como Jane por su selva. Pero se acercaba el momento de emprender camino hacia Pokhara, lugar donde se preparan la mayoría de los treks y segunda ciudad de Nepal en habitantes (aunque no deja de parecer un pueblo).

Tras diversas entrevistas encontré a mi guía; Deu. Un hombre marcado por la implacable crueldad del sistema de castas. En los 8 días que duró el trek me contó cómo, al pertenecer a la casta más baja, la de los intocables (que ni siquiera se considera casta sino más bien una remesa de esclavos), no tenía prácticamente acceso a ningún trabajo. Había logrado estudiar gracias a la bondad de un vecino profesor que le había financiado la universidad, pero su apellido (indicativo de la casta a la que perteneces) le cerraba las puertas a prácticamente todos los trabajos. Incluso para ser guía de montaña tenía que mentir sobre su apellido. Su única obsesión ahora era poder ofrecer a sus 4 hijos una educación que les permitiera salir de esa espiral de pobreza. Los pelos de punta.

Emprendimos camino al campo base sin programa fijo. Yo le dije, tú tira, si te puedo seguir te sigo, si no, aflojas. Y vaya si tiró, y menos mal que le pude seguir. Caminábamos unas 5-6 horas al día. Llegamos arriba en 4 (3 a efectos, ya que el último día sólo fueron 2 horas) retando al mal de altura y a las numerosas sanguijuelas que cogimos por el camino. Porque esa era otra, en la jungla me había librado, pero aquí parecía imposible. Yo, neófita en asuntos de chupópteros, le pregunté si las notaría. Sí sí, me dice. Casi de la misma veo en mi pantalón una mancha de sangre del tamaño de La Rioja, me subo el pantalón y quedo boquiabierta ante el festival hemorrágico que se celebraba en mi pierna. La oronda sanguijuela caía al suelo, satisfecha por la nutrida que se acababa de dar. Sólo le faltó eructar. Pues no, no las noto.

La bajada fue también rápida, pero más incómoda porque llovió bastante, pero logramos estar de vuelta en Pokhara al octavo día. Deu, por supuesto, estaba como una rosa. Yo apenas sentía mis doloridas canillas y corrí rauda (en sentido figuradísimo, claro) a darme un merecido masajote. Y así me pasé unos días dedicados al descanso, la contemplación y la meditación, paseando por el lago y reposando en mi suite (no es broma) de a 2,5 euros la noche.

Aún me quedaban un par de semanas por el país, así que decidí volver a la jungla. Los chavalotes me recibieron con júbilo y algarabía. Ya podía decir “lo de siempre” cuando pedía el desayuno. Y después me iba al río. Sabía que por la mañana bañaban a los elefantes y dejaban que la gente se subiera a ellos por alguna que otra rupia. Después, los animalitos se tumbaban en el agua y sus cuidadores les hacían un peeling corporal completo raspándoles la piel con una piedra. Ellite Top Model estilo elefantuno. Lo vi claro; esa sería mi actividad matutina. Era además la única forma de refrescarse. Allí hace mucho calor y no te puedes bañar en el río por los cocodrilos...excepto si están los elefantes, que los mantienen a distancia.

Y eso hice. Cada mañana, después de que la gente se hubiera subido y bajado de los paquidermos, me metía yo al agua con las criaturitas y a rascar. Me resulta imposible describir lo que se siente al tener ese pedazo de animal tumbado en el agua, resoplando por la trompa de lo a gustote que está mientras le limpias. Una de las experiencias más increíbles y gratificantes que he vivido. Es simplemente emocionante. Y así todos los días hasta que, por segunda vez, tuve que volver a irme a regañadientes de la jungla. Había que ir abandonando el país.

Pronto la siguiente entrega.
La historia en imágenes.