martes, 16 de diciembre de 2008

Quinta parte: Vietnam

Hola corazones (pffff, hay cosas que no se echan de menos), toca nuevo fascículo.

Os había dejado en Camboya, encantada con mi alumnado y escandalizada con el clero budista. El último día de clase, después del examen oral (je je) les dije que haríamos una pequeña fiesta de despedida con patatonas (cómo no) y otras cosillas para picar. El venerable por cierto se puso las botas. Yo creo que en un momento dado salió a vomitar del empacho que tenía. Qué poca mesura. Me recordaba a mí. En fin, voy a evitar los símiles con el clero católico, pero veis por dónde van los tiros, ¿no?. Una de las clases había sido sobre recetas y les había puesto de ejemplo la de la tortilla de patatas. ¡Os podéis creer que una de las niñas se curró una! Estaba hecha un churro, prácticamente como me salen a mí, pero yo me quería comer a la niña con la tortilla. Tres cuartos de lo mismo me pasó en los orfanatos, sobre todo en el segundo, con niños enfermitos (seropositivos y tuberculosis). Ay, es difícil escribir sobre esto sin sensiblería, así que, os emplazo a repasar los Hola! de los últimos años, sección entrevistas a la Farrow o a la Jolie.

Al día siguiente cambio de país. Cojo el bus a Saigón, Vietnam, ciudad de encuentros esperados, esperados y cuasifrustrados e inesperados;

Esperados: Michael & Michael. Procedentes de Hanoi. Barcelona, Berlín o Socuéllamos, los encuentros miquelianos están irremediablemente regados por cócteles. Saigón no fue una excepción. Las copas fueron cayendo desde media tarde y hasta la hora de la cena, cuando empezamos a preguntarnos si mi amigo Luke (procedente primero de Viena, luego de Zagreb y por último de Doha) llegaría a tiempo para vernos en un estado medianamente decente (aunque con esa ruta a las espaldas, a saber quién iba a estar peor).

Esperados y cuasifrustrados: Luke deja un mensaje en el hotel: Arrived. Other hotel. Call me. Le llamo y me comenta que le han detenido a la llegada por no tener visado. Oops, yo le dije que lo podía hacer on arrival (en algún lado lo había leído, lo juro, lo juro). Es viernes por la noche y no se lo podrán tramitar hasta el lunes, así que le "arrestan" en un hotel de lujo donde sólo le dejan salir alrededor de la manzana. La historia nos proporciona a Michael y a mí momentos hilarantes pensando en formas de liberarlo; desde la lima dentro del pastel hasta la cuerda de sábanas, pasando por los diferentes modelitos con los que podría ataviarme para una visita penitenciaria. Y la excusa perfecta para pedir otra ronda.

Inesperados: Los austriacos. Oigo que gritan mi nombre por las calles de Saigón, todo un momentazo mundopañuelense. Y ahí estaban; los mismos con los que hace ya 4 meses compartíamos vodka AK-47 por las estepas rusas.

Mientras tanto, Michael y yo decidimos que necesitábamos urgentemente una pedicura. Nos aproximamos a una peluquería-salón de masaje con una troupe de 20 esteticistas ociosas que se pusieron inmediatamente a nuestro servicio, haciéndonos sospechar del tipo de "masaje" que se ofrecía en aquel lugar. Entramos, al fin y al cabo, poco negocio iban a hacer con una chica y un gay. La pedicura duró 30 segundos, sólo nos hicieron la mitad del pie. La única moza que sabía cómo hacer una completa estaba ocupada. Las otras 19 no sabían. Pues ya puestos, habrá que hacerse otra cosa. Vemos que el chico de al lado tiene la nariz vendada a lo rinoplastia. Queremos lo que sea que se esté haciendo él. Emocionadas, empezaron a sacar potingues y a revolotear a nuestro alrededor. Teníamos al menos 5 chicas para cada uno; una nos ponía un mejunje (altamente tóxico) en la tocha, la otra nos abanicaba (tenían que secarlo), la otra nos rellenaba la bebida, la otra nos hacía fotos y la última lo supervisaba todo. Al final: una medio pedicura y eliminación de espinillas por método abrasivo: 3 euros. Lo bien que nos lo pasamos...no tiene precio.

El fin de semana pasó. A Luke le dieron la condicional, pero aun así no logramos abandonar la ciudad. Nos quedaban por delante más días de visados y embajadas, la India en este caso, próximo destino vueling del susodicho. Era como el día de la marmota. Siempre amanecíamos en Saigón. Pasa de trámites, le decía yo, y haz de estas unas vacaciones temáticas. El 3 P.L. (tercer día post-liberación) logramos por fin ponernos en marcha, remontamos el río hasta que encontramos un resort al parecer frecuentado por la burguesía del país en el que no había nadie. Es allí donde se produjo nuestro encuentro con la jefatura de la policía vietnamita.

Luke se había ido en busca de una conexión a internet para comprar su billete a la India. Yo y mi glamur decidimos quedarnos en la piscina con albornoz y gafas de sol, proporcionando al personal del resort momentos gratuitos de jocosidad. Soy así. Eran cosa de las 14.30. Sobre las 15.30 dije chicos baxta, show is over y me retiré a mis aposentos. Salgo a dar una vuelta, me ataca un perro sarnoso y sólo puedo recordar unas de las últimas palabras de Luke "la rabia no tiene cura, no sé por qué no te has vacunado". Vuelvo al resort.

Veo que están preparando una mesa para bastantes comensales. Ah, digo yo, gente. Cuando quiero darme cuenta estoy rodeada de 15 jefes de policía y una empresaria, todos ya medio borrachos. Me invitan a cenar con ellos sin darme mucha opción a decir que no y lo siguiente que sé, es que voy por la tercera copa de Johnnie Walker etiqueta negra a pelo. Hacen jueguecitos de beberse la copa de un trago como si tuvieran 15 años. La empresaria priva sin pestañear. Mis sorbitos de piolín no cuelan ni medio minuto, y hasta que la copa no está seca no puedo ni pinchar un trozo de pollo. Intento comer para compensar pero el ritmo es de 4 a 1. Gana Johnnie. Pierdo la cuenta de las copas. Y odio el whisky. Casi a las 18.00 aparece Luke que no da crédito. Me había dejado leyendo plácidamente junto a la piscina y me encuentra dándome un baño, de etanol esta vez. Cuando asimila lo que está pasando me comenta por lo bajines que "probablemente hace nada estaban torturando a alguien". Me lo creo y apuro el trago.

Comienzan a ensañarse con Luke, algo que me alivia porque consigo que desvíen la atención hacia él. El tío listo les dice que prefiere cerveza y los maderos no dudan en satisfacer su petición (cerveza, claro, como no se me había ocurrido antes). Pero fue una ilusión momentánea. Lo que hacen es mezclar la cerveza con el whisky. Y pa dentro. Yo ya no puedo más. Hay policías agarrados al más puro estilo mariachi. A otros, ya se les ha caído la cabeza sobre la mesa. Otros cantan. Están del revés. La fiesta se acaba casi de repente. Cogen sus coches con chóferes y se piran. Alguno nos invita a seguir la fiesta en su casa. Sólo dios sabe lo que hubiera podido ser aquello. Thanks but no thanks.

Al día siguiente, Luke continúa hacia la India y yo me embarco en el tren nocturno hasta Da Nang, destino Hoi An. Volar hasta allí, cuesta casi lo mismo, por eso casi nadie coge el tren, algo que me llena de satisfacción, porque no hay ni un occidental. Comparto camarote con una abuela y con otros dos vietnamitas borrachuzos que aparecerían más tarde, cuando la abuela y yo ya habíamos apagado las luces para dormir. Gran escándalo a su llegada. Para mi sorpresa, la abuela les pega cuatro gritos y los colegas se tumban sin rechistar. Dejan la puerta abierta y yo me incorporo para cerrarla porque entra mucha luz, pero la abuela me espeta algo que me da a entender que no debo hacerlo, así que cojo mis Hollywood Eyes, que diría mi amiga Kerrie (es decir, el antifaz, gran amigo en estos trayectos) y a sobarla.

Me despierto como a las 7. El tren está parado y estoy sola en el compartimento, ni la abuela, ni tipos, ni equipajes. Deben haberse apeado. Fuera llueve y hace frisqui. Me estoy desperezando cuando dos mujeronas vietnamitas me ven y empiezan a hablarme. A gritos, para variar. Se ríen y hacen gestos como queriendo decir que he dormido mucho. Claro, son ya las 7, perezosota... no te jode. Creo entender que una se ofrece a comprarme un café en el andén. Yes, thankyouverymuch. Entre tanto la otra se me sienta enfrente y empieza a comparar los grosores de nuestras piernas. Me agarra la pantorrila como si fuera un jamón y luego la suya, como diciendo, mira que buenorra estoy y tú que esmirriada. Me coge fuera de juego cuando me agarra la teta y me hace el mítico "moic moic" para proceder después de igual forma con la suya. Señora, qué son las 7 de la mañana... Se parte de risa y yo también, qué voy a hacer, ¿no? La otra llega con el café. Se lo pago, se lo agradezco y se van. Qué majas.

El resto del viaje hasta Da Nang solita en el compartimento. Como una reina. Viajar en tren es sublime.

Los días posteriores en Hoi An y Hue casi que me los ahorro. Vietnam se ha convertido en territorio backpacker de lo más cutre y salchichero. Quizás por eso, la gente también es más antipática. Y Lonely Planets por doquier. Yo tenía pensado coger otro tren hasta Hanoi, pero en Hue ya no pude más. Localice la frontera más cercana y allí que me fui, no sin antes dejar mi guía Lonely Planet Vietnam (que no me haba servido absolutamente para nada) en el baño del hotel, simbólicamente encima del inodoro. Cojo una furgonetilla hasta la descampada frontera con Laos, donde esta vez los problemas con el visado los iba a tener yo. Pero eso en la próxima entrega. Eso, eso, otro día.

Un beso muy fuerte a todos

La historia en imágenes.